Se sentó a pensar en todo lo que había dicho y hecho, no le parecía mal.
Era una mujer que deseaba y necesitaba ser deseada, la gustaba seducir con sus fotos, sus insinuaciones, era hermosa y disfrutaba de ello.
Aquella noche estaba muy pagada de sí misma, como la gustaba escribir abiertamente sobre su sexo y dejar que todos los demás contactos del Messenger la vitorearan.
Sí, todo había estado bien, hasta que apareció aquella jovencita haciendo exactamente lo que ella hacía, eso no la había gustado.
Había arremetido contra ella, es curioso cómo funcionaba la forma de pensar humana, ella se creía con derecho a llamarla cosas que jamás habría consentido que la llamaran a ella.
Fulana, soberbia, eso había sido lo más legible, puesto que todo lo demás estaba catalogado como obscenidades totales y no las pongo para que no me veten el foro.
Ella se sentía bien, sus amigos la habían dado la razón, pero también a la otra, no más bien porque tiran más dos tetas que dos carretas, esto es cierto y al poder de las mismas me remito.
Yo como hada de cuento, se que ella, se sentó frente a la pantalla convencida de ser superior.
Máxime cuando había posteado aquello del agua cayendo por su cuerpo hacia que este se calentara junto con su ropa, ese calor convertía todo su ser en vapor.
El agua que mojaba sus pechos haciendo que el deseo emanase de ellos, resbalando hacia su ombligo y haciendo que finalmente entrasen entre sus piernas, húmedas gotas que la daban la sensación de calor que en la soledad de esa noche fría ella necesitaba.
El caso es que no esperaba que su enemiga, niñata, idiota y muchas más cosas que no pongo por respeto a mis lectores, comenzase hablando de la luz de la luna.
Esa luz pálida que la hacía enloquecer, y ese imaginario caballero, que bajaba por su espalda como dedos de luz, que cubrieran su cuerpo con cálidas caricias, que llegasen a sus pechos formando torrentes de suaves exclamaciones de deseo, que al sentir la lengua de caballero bajando por su espalda hasta su coxis, se girara buscando mas y encontrara ese mismo caballero buscando la dulce esencia de su sabor en el monte de Venus y……….. Tenéis razón, no sigo que no quiero que las llamas alboroten al infierno y arda mi amado bosque.
Lo cierto es que descubrió que en cuestión de tetas nunca las hay suficientemente grandes, esto me lo dijo un duende del que mejor no os digo el nombre.
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