No sé cuanto llevaba allí colgado, los cuervos ya le habían sacado los ojos.
Me comí mi lata de judías a la sombra del cuerpo del ahorcado.
El viento movía el cuerpo y hacia crepitar la rama de la que colgaba, lo más humano hubiese sido cortar la cuerda, pero me pareció tan cruel dejar de dar a comer a los cuervos; al fin y al cabo el nunca había hecho nada bueno, ahora daba de comer a los animalitos, sonreí.
Me comí mi lata de judías, el sol ya estaba cayendo, pronto el coyote saldría y las serpientes dominarían el territorio del desierto, pronto un caballo negro y su jinete seguirían sin destino fijo, rumbo hacia ninguna parte, eso sí, buscando a mi ansiada amiga la muerte.
Un lagarto cornudo apareció frente a mis ojos, señalando rumbo al desierto.
Como me dijo mi amigo pluma roja, un lagarto cornudo te indicara el camino y así debía seguirlo.
Pronto mi vida sería más corta e incluso dejaría de ser, pero eso sería otro día pues este ya había tocado a su fin.
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