Habían dormido acurrucadas en aquel cuartucho, de mala
muerte, pero habían tenido mucha suerte.
Si la suerte hacia dos días había llamado a su puerta,
una suerte extraña que las había sacado de la calle donde se prostituía una de
ellas y de la acera donde la otra pedía, las había sacado del callejón donde dormían
justo detrás de un sillón abandonado, había ido cogiendo muebles y demás, más
que nada desde que a Felipa la habían metido en aquel hospital con una neumonía
y el ingreso había caído en Marisa la que pedía.
Habían tenido que dejar el piso de alquiler de Méndez Álvaro
y se habían ido al callejón, de detrás del parque de Tierno Galván, allí a
partir de las 3 hasta las 5 podían dormir, y justo era el momento en que Marisa
se ponía en acción para ir a por la droga.
Era la rutina de su vida, desde con 21 años se dieron
cuenta de que eran adictas a la droga, fue justo cuando Marisa se quedo sin
trabajo en la agencia de limpiezas y a Felipa, la echaron de su casa.
No comenzaron muy jóvenes, fueron más bien tardías, a
eso de los 18 años, pero las gusto a las
dos.
No eran amantes, eran amigas, a Felipa su padrastro la
pegaba sin compasión y aunque ambas estaban en el colegio de monjas, cuando
este acabo con 18 años, lo único que las quedaba era vivir y divertirse.
A Felipa las monjas la metieron a trabajar en la
limpieza, de colegios, y Marisa estaba abocada a ser camarera como su madre, la
madre no podía ocuparse de sus dos hijas así que las monjas se ocuparon de ellas, Carmen y María
Luisa (Marisa).
Empezaron como se empiezan las cosas, con un pues porque
no, y ahora con aquel golpe de suerte, podían volver a tener por lo menos una
habitación, otra vez.
Solo tenían que grabar una película, en ella ambas hablaba
de su callejón y luego iban a ir a un lugar donde las iba a llevar el equipo de
grabación, era un documental sobre la droga o algo así.
Y las habían pagado anticipadamente una parte, pero antes
de ir a grabar debían entonarse, más que nada para estar bien y no temblar con
el mono de no haber tomado nada.
Siempre iba a comprar Felipa, era más avispada, mientras
Marisa se arreglaba para trabajar.
Ese día sin embargo fueron las dos, tenían mucho dinero
encima y no iban a dejar que alguien las atracara, ya se sabe no hay honor
entre ladrones ni entre adictos.
Cuando regresaron al callejón, ya estaba el equipo de cámara
( solo había uno) grabando, las saco a las dos sentadas en el sofá abandonado
como ellas, en aquel callejón, contaron como las había enganchado y por qué,
dijeron que era su mejor amigo y que sabían cuál era el final del camino.
Hablaron de sus vidas, e sus miedos, de sus muertes y de
sus perdidos sueños.
Cuando llegaron al medio día, la cosa cambio, el
director la subió en la camioneta y las dijo que ahora empezaba la ficción.
Pero la ficción, era un lugar a las afueras, una casa
vieja y abandonada las esperaba, y allí, las dejaron allí encerradas y las
dijeron que a la mañana siguiente con luz las filmarían.
Se quedaron tranquilas, pero al irse aquella gente,
ellas vieron cosas que no debían estar, cámaras en las esquinas, extraños símbolos
en el suelo, y en las paredes.
Justo a las 12.00 de la noche, una enorme mano salió de
uno de los símbolos y las dos chicas que se habían colocado para soportar el
miedo, fueron llevadas al interior de suelo, pero sin dolor, sin gritos, sin
angustias.
Ambas fueron llevabas a otro mundo.
Al días siguiente el equipo de grabación volvió y recogió
el equipo y las cámaras, miro cada milímetro y llevo la película a una
multinacional, allí la dejaron justo en medio de una sala de reuniones, con una
junta internacional que observaba por una enorme pantalla, la imagen se
introdujo en una pantalla por medio de un extraíble, y todos miraron, unos con
terror y otros con autentica fascinación.
Pero en aquella película, salían ciudades de todas
partes del mundo, y todos mostraban a dos personas en distintos lugares siendo absorbidas
por aquella mano.
Al final de la película, una voz decía, hasta el año que
viene caballeros recuerden dos más.